sábado, 10 de agosto de 2013

Toscana


La Toscana



Desde lejos parecía grande y de cerca inabarcable, estaba tumbada sobre un costado, con la cabeza al norte, los pies al sur, sus pechos eran bañados por el mar y su larga espalda acariciada por valles, lagos y montañas.







Sus curvas eran suaves a veces y rotundas otras, su color; todos: azules de aguas y cielos, blanco y negro de sus joyas,  ocres o dorados como el trigo de sus tierras, y el verde, siempre el verde de su eterna cabellera.







Sus frutos favoritos eran el néctar que buscaban viajeros de medio mundo; sus racimos preñados de uvas, que con los rayos del sol y el trabajo de los  seres que tenían la suerte de poder vivir entre sus infinitos pliegues se transformaba en un líquido preciado que con el canto del gallo negro hacia que las horas del día fluyeran sin prisa pero sin pausa.









Las joyas que adornaban su cuerpo eran conocidas en todo el orbe y tenían nombres que más que de joyas parecían de diosas, de diosas maduras, curtidas por los años, pero bellas, más bellas que nunca; Florencia, Siena, Pisa, Volterra, Luca…Es La Toscana







                                                                                                  JuanMa Gómez Bolívar