viernes, 11 de noviembre de 2011

"Sopitas"

Sopitas
Hace dos años, en uno de mis viajes científicos por África central, me paso algo sorprendente. A los tres días de mi llegada a Bujumbura, que como todos sabemos es la capital de Burundi, uno de los reyezuelos ofreció una fiesta en mi honor para demostrarme el afecto o el respeto que sentía por la gente que tenía la piel menos “tostadita” que la suya.
Como no tenía otra cosa que hacer y como único representante de la lejana Europa, me presente en la fiesta con mi mejor traje. Para que mi presencia occidental no desentonase con el lujo de las vestimentas típicas de las más altas autoridades invitadas a la celebración, el reyezuelo me ofreció uno de sus propios mantos regios, tejido, según la tradición, por la reina de su “olimpo” oficial.
A los diez minutos, si mi reloj comprado en las “siete puertas” del puerto de mi lejana y añorada Barcelona, no fallaba, empezó la gran fiesta.
Todas las grandes personalidades y yo, nos sentamos en las mesas que, en forma de herradura, dejaban un espacio central destinado a la representación de las danzas tribales, los músicos y demás gentes que tenían que amenizar la velada.
En primer lugar salió un grupo de baile que interpretaba danzas típicas de la región. El maestro de ceremonias, como adivinando mis deseos, se acercó y me susurro al oído unas palabras. Yo, aunque no entendía su idioma, supuse que me informó del nombre del grupo danzante, “Trabse Saeridan Buri”, que no sé porque, me recordó a uno de los grupos folclóricos más famosos de mi Cataluña natal.
Yo, debido al desconocimiento total del idioma burundés, sólo podía hacer una cosa; mirar el espectáculo. Cuando el espectáculo ya estaba acabando y al cabo de seis horas ininterrumpidas de actuaciones, todas las personas de diferente pigmentación a la mía empezaron a aplaudir, en cuestión de segundos aparecieron en el centro de la herradura varios personajes, que por su atuendo, adiviné que se trataba de personal del servicio, tiraban de varias cuerdas al final de las cuales apareció una gran olla.
Todas las gentes del lugar rebosaban alegría y esta me invadió a mí también, pues imaginé que la gran olla estaría llena de un buen caldo que saciase mi apetito, ya que durante las seis horas de espectáculo no se me ofreció nada que llevarme a la boca.
Después de colocar la gran olla en el centro geométrico de la “placeta” artificial, todas las sonrientes miradas de los hombres y mujeres de ébano se dirigieron hacia mí. Se me pasó una cosa por la cabeza pero me dije a mi mismo que eso era imposible, más tarde tuve que rectificar, pues en cuestión de segundos me desnudaron y en un abrir y cerrar de ojos ¡me encontré dentro de la gran olla!
Me empecé a poner más y más nervioso pues todos los comensales reían sin parar mirando el “condimento” tan apetitoso que tenían a “fuego lento”.
A los quince minutos de estar en remojo me sacaron y me ofrecieron amablemente mi ropa, me explicaron con gestos, con alguna palabra en inglés y sin parar de reír, que aquello formaba parte de una vieja tradición caníbal, pero que ahora se conformaban con “sopa de europeo” pues sus estómagos, irritados por los problemas del mundo moderno, no soportaban la antaño sabrosa carne de blanco...
                                                                                    JuanMa Gómez Bolívar

1 comentario:

  1. y qué copa recomiendas para la degustación de la "sopita"? un vinet del Priorat, un Ribera del Duero?.... basta con mojar la etiqueta?

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