domingo, 23 de septiembre de 2012

Cuento de primavera


BOLUDET


Volaba sin rumbo, sólo por el placer de volar, se sentia fuerte, sus movimientos eran poderosos, y el batir de sus alas producía pequeños remolinos de aire.
Era un día de finales de abril, cuando las flores hace dias que se dejan acariciar por los rayos del sol, que en estas fechas son cariñosos y dulces como un amante recien llegado.
Miraba su entorno desde las alturas, se cruzaba con otros pájaros a los que saludaba, pero estos no le devolvían el saludo, se extrañaba, no sabía porqué sus camaradas alados, le rehuian.

Sabia que era especial, era grande, más grande que el resto de criaturas, mucho más que sus padres. Un dia decidió que ya era hora de hacer algunas preguntas, se armó de valor y preguntó a su madre por su tamaño, por su ausencia de plumaje y sobre todo porqué sus amigos cuando llegaba la estación de las flores no querian jugar con él.
Su madre, una grulla blanca, no sabía como responderle, durante años intentó que todo transcurriera con normalidad, sin sobresaltos con los vecinos e intentando que Boludet fuera aceptado tal como era. Lo consiguió hasta que nuestro amigo empezó a hacerse más y más grande, dejando atrás a todos los habitantes de la altiplanicie donde vivian.
El problema vino cuando se le detectó que el polen de las flores, le hacía extornudar cuando llega la época en que estas lucen sus encantos y esparcen su esencia por el aire.


Mama grulla se armó de valor y le dijo la verdad, que era un ser especial, que ella y su padre no eran sus progenitores verdaderos y que lo encontraron un día de septiembre de hacía 12 años, en un nido gigante abandonado.
Boludet se quedó pensativo, reflexivo, pero inmediatamente esbozó una sonrisa y dijo que no le importaba, que para él eran sus padres y los querria siempre. Sólo le hizo una pregunta más a su madre: ¿Por qué huían de su lado todos los animales cuando llegaba la primavera? Y su madre respondió: Porque el polen te hace estornudar y claro, el fuego que sale por tu boca no les hace ninguna gracia.



                          JuanMa Gómez Bolívar

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