El sudor le caía como las gotas
de cera líquida que desprende una vela encendida, desde su frente surcaban su
rostro y se precipitaban al vacío o seguían bajando sobre su cuerpo hasta estrellarse
en la tela de su ropa deportiva, la presión sanguínea estaba al límite de
resistencia de sus jóvenes arterias.
Wando no sabía que hacía allí,
bueno si lo sabía, aunque el esfuerzo sobrehumano que estaba realizando
superaba con creces sus perspectivas, pero el seguía, seguía implacable hacia
su meta, tenía un buen motivo, hacia mucho tiempo que estaba sin trabajo y ese
esfuerzo “hercúleo” quizás le abriera la fiambrera para llenarla con algo
caliente.
Era joven, pero no tanto,
rozaba la treintena y aunque se preparó durante meses para las pruebas de
acceso, no tenía una carga genética que favoreciera el ejercicio físico. Su
anterior trabajo tampoco nada tenía que ver con el “corpore sano” ni con la
“mens sana”, era reponedor, había estudiado económicas pero la crisis arrasó
con todos y con todo y lo único que pudo encontrar fue eso, pero hasta este
empleo se esfumó como el humo.
El esfuerzo era cada vez mayor
y creía que no lo conseguiría, era la última prueba y los segundos parecían
horas y los gramos que pesaban las prendas que portaba eran como losas de
granito colgadas sobre su espalda, sólo pensaba en su meta, sólo miraba hacia
arriba y sólo veía esa meta cada vez más lejana que como un espejismo,
desaparecía en la nada cada vez que avanzaba hacía el.
Ya sólo escuchaba su propia
sangre bombeando en sus sienes pero el sudor desapareció de repente y su mano
toco algo frio, abrió los ojos y por fin llego a la meta, se acabó el
sufrimiento, tocó el gancho que sostenía la larga cuerda de más de 6 metros que lo separaba
de un futuro un poco menos negro, lo consiguió, era bombero…
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