viernes, 17 de junio de 2016

Serendipia

Serendipia
(cuento completo)
I

Miraba a través del cristal, sus grandes ojos escrutaban más allá del frío elemento, buscaba algo que la hiciera salir de la rutina cotidiana del día a día, tenía la imperiosa necesidad de hacer algo con su aburrida existencia.

De repente y saliendo de la nada a gran velocidad apareció un ser alado que revoloteaba sin rumbo fijo, dando tumbos; arriba, abajo, de lado, parecía un yoyó “borracho”, era entretenido, aunque a veces en su anárquico vuelo, el animalejo alado que la divertía, chocaba bruscamente contra el cristal que la protegía  y la encerraba al mismo tiempo.
Cada vez que esto pasaba, Peixet, que así se llamaba nuestra amiga, se estremecía y pasaba un miedo terrible, pues era muy asustadiza. A los pocos segundos se olvidaba del “susto” pasado y volvía a mirar con sus grandes ojos las piruetas del loco alado que tanto la divertía.
Pasaban los minutos y el “tonto con alas” seguía desperdiciando su existencia en erráticos vuelos y choques continuos contra todo lo que él creía que era una escapatoria a su “laberinto” sin salida.


Como una flecha, el “payaso alado” se dirigía otra vez hacia el lugar donde estaba su única espectadora, Peixet sintió otra vez miedo, pues como siempre, se olvidaba que había un cristal que la protegía. Esta vez fue distinto, el “bufón volador” chocó contra el cristal, como siempre, aunque en vez de rebotar y caer al suelo hizo una extraña pirueta en el aire y pasó al otro lado del frío muro, al caer no se golpeó contra el duro suelo sino que cayó en algo blandito y húmedo. Quiso salir pero las alas no lograban sacarse el líquido que las empapaba y empezó a moverse frenéticamente en la superficie.


Mientras tanto Peixet se reponía del “susto”, volvió rápidamente a mirar a través del cristal pero el “tonto con alas” había desaparecido, miró en todas direcciones, abarcando todo el espacio que sus grandes ojos le permitían.
De pronto observó que algo se movía en la superficie, en la única parte de su particular “alojamiento” que no tenía  cristal, por donde una vez al día caía milagrosamente el alimento seco, insípido y repetitivo que un ser gigantesco depositaba con sumo cuidado.
Se puso contenta, pensó que al menos por un día su dieta aburrida cambiaria, abrió su boca grandota y se dirigió hacia el manjar que le había caído del cielo, no era muy agradable a la vista, pero era diferente, parecía jugoso y lo más importante, fresco muy fresco…

                                                                                  ll                               
                                                                                                                     

…El Imbécil volador luchaba por no morir devorado, no veía nada, la boca grandota que lo engulló no le dejaba ver la luz, unos dientes afilados como sierras intentaban rasgar su cuerpo, estaba desesperado, pero todavía luchaba sin cesar moviéndose frenéticamente dentro de aquellas fauces.

De repente, Peixet, abrió la terrible bocaza y escupió su contenido. Salió nadando a toda velocidad, huyendo de algo.
Nuestro imbécil volador no sabía que pasaba, estaba confuso, aturdido y completamente mojado, se dejaba llevar y poco a poco salió flotando a la superficie, ya no tenía fuerzas y sólo le quedaba esperar la muerte por ahogamiento o que el monstruo acuático lo devorara.
Aún tenía los ojos abiertos y vio que su “amiga” estaba nadando en círculos debajo de él, perseguida por un artilugio que empuñaba el “ser gigantesco” que gobernaba en aquella casa.
El imbécil miraba la escena y como un destello le vinieron imágenes de unos minutos antes, cuando revoloteaba haciendo el payaso fuera de aquella cárcel de cristal, intentando hacerle la vida un poco más agradable al pescadito de ojos saltones que lo miraba embobado todos los días.
Justo antes de caer desfallecido se dio cuenta que Peixet, era el mismo monstruo que quiso comérselo, se sintió Decepcionado y cerró los ojos.
Mientras tanto el “ser gigantesco” cogió a nuestra “amiga” y la depositó en otro recipiente de cristal lleno de agua, tocaba limpieza de la pecera…


El imbécil alado seguía flotando y ya no sentía nada, estaba esperando que su llama se apagase definitivamente, sentía que estaba volando, transportado por unas alas invisibles al “reino de los moscardones pesados”,  su paraíso en el más allá…Mientras llegaba su hora se sentía Imbécil y Decepcionado…

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El ser gigantesco cogió la pecera con sus grandes manos, la transportaba hacia un agujero negro alojado en un trono blanco inmaculado, cuando se disponía a vaciar el contenido del recipiente de cristal en el hueco sin final, se le escapó de las manos.


 El agua sucia que contenía la pecera cayó como una cascada infinita sobre el suelo, nuestro pequeño imbécil vio como se precipitaba, sin poder mover las alas, hacia una muerte segura, cayó de golpe contra el frío y húmedo suelo, rebotó hacía un rincón de aquella sala, cerró los ojos y espero que Morfeo viniera a buscarlo, ya sin fuerzas ni para pensar.
Nunca supo el tiempo que pasó allí tirado, era un moscardón y los moscardones no llevan reloj, pero tenía una sensación extraña, estaba seco y pensaba sin dificultad, no estaba cansado ni abatido, sus alas estaban brillantes y las intento mover, ¡se movían con fuerza y sin dificultad!
Alzó el vuelo, en su pequeño cerebro de ser alado diminuto, sólo tenía una imagen en la cabeza, unos ojos saltones que lo miraban. Como tantas otras veces cogió el rumbo hacia el lugar donde vivía su antigua amiga.


Encontró la estancia donde estaba la pecera de cristal, pero la pecera no estaba, no recordaba que se rompió en mil pedazos y que eso fue su salvación.
De repente vio otro recipiente de cristal, era diferente, no era redondo, era rectangular y en él no estaba su “amiga caníbal”, había muchos seres acuáticos con los ojos saltones, aquello era un festival, no sabía hacía donde dirigir su mirada, ¡había tantos seres a los que entretener con sus piruetas y payasadas! nuestro imbécil estaba feliz como una lombriz.
Empezó su actuación, voló con fuerza lo más alto que pudo y se dejó caer, antes de tocar el suelo remontó y como en sus mejores tiempos hizo unos cuantos tirabuzones e impactó contra el cristal de la pecera, quedó planchado como una pegatina.


Bajaba por la pared de cristal pensando que antes rebotaba y seguía haciendo el payaso para aquella antigua amiga de los ojos saltones que ya no estaba allí.
Cuando se recuperó del fuerte golpe alzó el vuelo y pensó que aunque ahora tenía mucho más público para que le admirase, él ya no se sentía con ánimos para seguir haciendo el payaso en aquella casa, enfiló hacia una de las ventanas que estaba abierta y salió volando, no sabía donde pero lejos de allí.
De vez en cuando pensaba en el pescadito de ojos saltones, ¿dónde estaría su antigua amiga? o mejor ¿dónde estaría su sonrisa caníbal?...





                                                                                                        JuanMa Gómez Bolívar

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